top of page

El Gran Incendio de 1666: La Tabula Rasa Catastrófica

Obra anónima de la escuela neerlandesa del siglo XVII, titulada The Great Fire of London. Representa una vista del Gran Incendio de Londres desde un bote cerca de Tower Wharf, alrededor de las 8 o 9 de la noche del martes 4 de septiembre de 1666.

El incendio de Londres de 1666 no fue simplemente una catástrofe urbana: se convirtió en el punto de inflexión entre una ciudad de trazado medieval, precaria y desordenada, y la posibilidad (finalmente frustrada) de repensarla desde una lógica más moderna y racional. El fuego se originó en una panadería de Pudding Lane, cerca del puente de Londres, en la madrugada del 2 de septiembre. En cuestión de horas, alimentado por un fuerte viento del nordeste, se propagó hacia los almacenes portuarios y arrasó casi toda la City. En apenas cuatro días, habían sido destruidas más de 13.000 viviendas, 87 iglesias parroquiales, la Catedral de San Pablo, la Bolsa, la Aduana y una cantidad incalculable de locales comerciales y bienes materiales. Como señala Morris, “el coste total de los daños se estimó en una cantidad superior a los diez millones de libras” (Morris, 1972, p. 286).

Pero más allá de las pérdidas económicas, lo que se puso en evidencia fue la vulnerabilidad estructural del urbanismo londinense. Calles estrechas, edificaciones de madera encajadas unas contra otras, pasajes angostos e insalubres: un patrón heredado de la Edad Media que, como lo advertía John Evelyn ya en 1661, requería una transformación urgente. Evelyn, cronista y observador atento de su tiempo, había descrito con indignación el aire viciado de la ciudad: “hay un humo horroroso que oscurece nuestras iglesias y hace que nuestros palacios parezcan viejos, que ensucia nuestros vestidos y corrompe las aguas” (Bell, 1920). Su tratado Fumifugium proponía soluciones para mitigar la polución, y denunciaba cómo el aire contaminado había vuelto estériles los jardines nobles de Barbican y el Strand. Esta descripción no solo es un reclamo ambiental, sino también una crítica profunda a la descomposición urbana de Londres antes del fuego.

Carlos II, sensible a estas críticas, “era consciente del riesgo de incendio y de la necesidad de amplias calles adaptadas a la expansión del comercio” (Morris, 1972, p. 287). Incluso había observado los proyectos de mejora de París bajo Luis XIV, donde el urbanismo se convertía en una herramienta de orden y monumentalidad. Apenas días después del incendio, el 13 de septiembre, el rey emitió una proclama que sentaba las bases para la reconstrucción. Entre las disposiciones más importantes, se destacaba la obligación de construir con materiales resistentes al fuego y el ensanche de calles principales para que actuaran como cortafuegos. También se proponía “sustituir la red de callejones insalubres e incómodos por calles anchas” (Morris, 1972, p. 287) y la creación de nuevos muelles a lo largo del Támesis, reconociendo el valor funcional y simbólico de la relación entre la ciudad y el río.

GRUPO 3 - Fernandez - Gonzalez Lobo - Marra - Sabella - Perea Muñoz 

bottom of page